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¿Puede un hallazgo arqueológico frenar a una minera en Antioquia?

Arqueólogos y activistas han alertado del hallazgo de cientos de piezas de más de 1.500 años encontradas en Jericó, un “altar a la madre tierra” en una zona que busca ser explorada por la multinacional AngloGold Ashanti

Arqueólogos catalogan cientos de piezas de cerámica encontrados en la Finca Mirantonio, en Jericó, Antioquía.
Noor Mahtani

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Hace más de 1.500 años, entre 234 y 418 d.C., una civilización indígena del suroeste de Antioquia tenía un lugar predilecto donde hacer pagamentos en nombre de las montañas y el agua. Dentro de un abrigo rocoso, una especie de cueva creada con piedras superpuestas, quebraban las piezas de cerámica más finamente elaboradas como una ofrenda a la naturaleza; algo similar a la tradición de “matar la cerámica” que practicaban los mayas en Mesoamérica. Hace un lustro, mientras mambeaba, Llor Willy Tamayo encontró estas vasijas en una parte de su finca cafetera, Mirantonio, una zona que busca ser explorada desde hace una década por varias empresas mineras, entre ellas AngloGold Ashanti. El hallazgo, la creación de un museo arqueológico y el activismo de las comunidades de la zona pueden ahora frenar el deseo de extraer oro, plata, cobre y platino del corazón de este “altar a la madre tierra”.

Tamayo supo sobre la marcha que estaba frente a unas piezas de mucho valor por su exclusivo decorado. Como no sabía qué hacer con ellas, se puso en contacto con Sebastián Restrepo, activista, y Pablo Aristizabal, arqueólogo. “Estaba muy emocionado, pero necesitaba el conocimiento de ellos”, explica el caficultor. Dos meses después, empezó la excavación arqueológica mediante un minucioso rescate estratigráfico, a través de excavaciones hasta los 70 centímetros. Entonces, pudieron extraer unas muestras de carbón con las que lograron datar estas vasijas y encontraron cinco artefactos líticos -herramientas de piedra- y 277 elementos de cerámica ceremonial fragmentados, lo que les lleva a la hipótesis de la semejanza con los mayas. Estos elementos, cuentan, hacen parte de un contexto ceremonial, ya que donde están ubicados son sitios muy estrechos, húmedos y de difícil acceso que no eran aptos para la vida doméstica.

El arqueólogo Pablo Aristizabal y su equipo durante las labores de excabación, en la Vereda La Soledad, en el municipio de Jericó.

Para este pueblo indígena, explica Aristizabal, estos lugares representaban el inframundo; la residencia de los dioses del agua, pues sabían que brotaba de las más altas montañas como esta, ubicada en la Vereda La Soledad, en Jericó. Según la cosmovisión de los kimbaya clásicos, los minerales que atesoraban en el corazón de las montañas eran responsables de sostenerlas. Desde hace 15 años, empresas mineras como AngloGold Ashanti, Bellhaven o I’mgold han incursionado en el territorio para explorar sus entrañas y poder extraer oro o platino, con fines diametralmente opuestos a los de los indígenas. “Ellos dicen que también necesitan el cobre para la supuesta transición energética, para hacer paneles solares”, explica el arqueólogo. “Pero lo que les interesa de verdad es el oro. No hay ninguna intención de cuidar el medioambiente con ello”.

Estas empresas llevan años explorando el territorio por aire y tierra, con el ceño fruncido de muchos de los vecinos de la zona, quienes en 2021 lograron que la Agencia Nacional de Licencias Ambientales (ANLA) archivara la licencia ambiental de la mina Quebradona, de AngloGold Ashanti, para explotar al menos 471 hectáreas de la zona. Restrepo Henao, vocero de Visión Suroeste, los compara con “una bestia” que pone a Antioquia en “riesgo inminente”. “La resistencia vino del propio movimiento campesino, de cafeteros y empresarios de la zona que no quieren hacer de la minería un modelo económico en la región”, narra.

La empresa respondió a este medio mediante un correo electrónico para defender que “la prioridad de la compañía” es “gestionar de manera adecuada todos los aspectos ambientales del proyecto en pro de la protección del territorio”. Sólo se mostró interesado en extraer cobre, interviniendo una superficie de aproximadamente 500 hectáreas y con un depósito mineral de 120 millones de toneladas. Asimismo, insistió en que siguen “tendiendo puentes con la comunidad” y que la exploración que están llevando a cabo no está causando ningún daño ni a las comunidades ni al suelo ni a los osos andino, que pasa por este territorio. “Con respecto a las perforaciones realizadas actualmente como parte de la fase de exploración, estas corresponden a perforaciones diamantinas, con recuperación de núcleos de roca, las cuales no utilizan dinamita y no causan inestabilidad del subsuelo y/o macizo rocoso”, añadieron. Por último, reconocieron no haber hecho consulta previa con comunidades indígenas que, aseguran, no se ven afectadas.

Una arqueóloga sostiene restos de lo parece ser una vasija de estilo quimbaya clásico, elaborada entre 234 y 418 d.C.

El activista apunta que una de las razones por las que se les rechazó la licencia fue que el área de afectación se mostró que sería mayor de lo que ellos presentaban. “Una forma de poder que tienen es el lenguaje técnico y la usan con líderes campesinos preocupados y así los confunden. Pero sus afectaciones ya están sucediendo en los tres acuíferos del territorio y será exponencialmente mayor si empieza la explotación”, lamenta. Rastrepo confía en que, durante el Gobierno de Gustavo Petro, no logren los permisos, pero teme que con un potencial cambio de Gobierno en las elecciones del próximo año, sí. “En todo este tiempo también han empezado un lobby grande en las escuelas y con familias del municipio para mejorar su imagen, les regalan cosas, los llevan de viaje... Hay políticos que se están dejando seducir y no queremos ser los próximos Buriticá”, dice en alusión a la mina de este municipio afectado por los grupos armados y la empresa minera.

Tamayo es uno de los vecinos que se les ha parado en la raya. “Ellos llegan al territorio ofreciendo miles de oportunidades a los jóvenes, ocultando los daños ambientales. Lo único bueno que han conseguido en el territorio es que nos unamos”, dice por teléfono. Uno de los frutos de esa fuerza comunitaria ha sido la creación de un museo in situ, en la montaña, “para que quienes vengan respeten el legado de nuestros ancestros” y se conecten con el territorio. “Ellos no lo respetan y por eso hemos tenido varios enfrentamientos, y hemos desmontado máquinas de exploración, y por eso estamos querellados. No queremos la minería, nunca serán bienvenidos”.

Mapa del área en el que lleva a cabo la investigación arqueológica en la vereda La Soledad, en Jericó (Antioquía).

Una pieza del paisaje mitológico de Antioquia

“Hemos encontrado un hallazgo único, singular, dentro del contexto de la arqueología colombiana. Junto a los organelos de Titiribí, las cuevas sagradas de Cerro Tusa y estas cuevas de la Finca Mirantonio, estamos comenzando a entender la geografía sagrada y el paisaje mitológico del suroeste de Antioquia”, explica Aristizabal. Este ingeniero ambiental dirigió el documental El corazón de la montaña, en el que cuentan los hallazgos de la investigación arqueológica durante dos años. Este fue emitido por primera vez el viernes, para honrar a los pueblos indígenas en el equinoccio de primavera.

Aristizabal cree que los materiales recabados pertenecen a un estilo cerámico conocido como marrón inciso o quimbaya clásico. Según explica, cómo este tipo de sitios arqueológicos son de gran importancia y singularidad en la arqueología de la América precolombina, ya que permiten adentrarse en la comprensión de los rituales y la cosmovisión de las culturas ancestrales. “Esta cultura tuvo una influencia muy amplia. No podemos permitirnos deteriorar todo esto”.

Las montañas del suroeste del departamento de Antioquía.

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